Todos conocemos los famosos souvenirs y de hecho, de seguro que no hay persona en el mundo que no haya llegado a casa de un viaje con alguno de ellos para repartir a sus familiares y amigos, y así, tenemos la nevera repleta de los imanes con los nombres de diferentes destinos turísticos, variedad de llaveros del mismo estilo y no se escapa una que otra franela o gorra con el nombre de “Madrid” o “Francia”.
Es como una forma de llevarnos algo que nos recuerde un viaje que estamos haciendo por primera vez a algún lugar o que sencillamente queramos conservar como un maravilloso recuerdo; algo material, algo tangible, que con solo verlo nos transmita las buenas vibras y las grandes aventuras de dicho viaje.
Sin embargo, ¿detrás de todo esto se esconde simplemente un gasto innecesario o quizá si es una tradición cultural que ya forma parte de nuestra sociedad?
Esto solo lo podremos esclarecer conociendo un poco de su historia, de la mano de los expertos en souvenirs de Photo Original Gifts, a continuación.
¿Cómo nacen los souvenirs?
Es en el año 700 a.c. en la antigua Grecia en donde nace la costumbre de obsequiar recuerdos de nuestros viajes y lo sabemos porque Homero nos relata en su Odisea cómo Ulises iba recopilando regalos-recuerdos en sus famosos viajes. Más tarde, en el siglo I d.c., fue el artesano romano Caius Valerius Verdullus que dio con los primeros vasos que además de servir para beber, también serian para guardarlos como recuerdo, ya que tienen leyendas grabadas y firmas de autores.
Así, también se agregaron los recuerdos religiosos del imperio griego y romano en los que los peregrinos se ponían a coleccionar pequeñas imágenes de dioses y diosas, seguidos en unos años por los cristianos y los sombreros, hábitos y capas que decoraban en el Camino de Santiago.
Posteriormente, ya en el siglo XIX, cuando Europa se estabilizó tras la derrota de Napoleón, apareció la figura del viajero romántico que se aventuraba a los destinos más exóticos y entonces, se comenzaron a publicar muchos libros sobre estos viajes, hablando de las ciudades, las costumbres, la realidad social y política de los países, todo desde una narrativa artística y unas ilustraciones que te transportaban al lugar.
A esto le siguió la llegada de los barcos y los trenes que facilitaban aún más estos viajes para personas de todas las clases sociales, lo cual dio pie a que naciera el turismo como lo conocemos hoy en día, y entonces era parte muy característica de estos viajes, que, en el caso de la clase pudiente que eran los que se podían permitir más de ellos y a destinos más lejanos y exóticos, que volvieran a casa con cientos de artículos característicos de los lugares a los que visitaron.
Era como una forma de traer un pedacito de ese lugar recóndito y lejano para aquellos menos suertudos que no podían conocerle en persona, solo para apoyar las narraciones de sus aventuras vividas en estos sitios o como un gesto de cariño hacia sus seres más cercano, justo lo que conocemos hoy en día como souvenirs.
Entonces es ahí cuando los comercios vieron una oportunidad de hacer negocio y se fue creando la industria de los souvenirs, con cada vez más tiendas que elaboran artículo justamente pensados y customizados para llevar de vuelta a casa y recordar nuestro viaje u obsequiar a nuestros seres queridos.
Esto continuó evolucionando hasta que fue en la segunda mitad de ese siglo que se potenció este gesto de llevar souvenirs de nuestros viajes y le convirtieron en algo casi obligatorio cada vez que se volvía a casa después de una aventura.
Y finalmente, llegamos al siglo XX en el que ya existe el turismo de masas, la tendencia consumista y la tecnología de la producción y existen cientos de objetos tipificados basados en elementos culturales y tradicionales de los diferentes destinos en formas de imanes para la nevera, gorras, bolsos y demás.
Entonces, aunque los souvenirs han dejado de ser una creación de los nativos del lugar y ya no es tan obligatorio como antes, siguen siendo una muestra de la cultura de un lugar que podemos llevar a casa como un lindo recuerdo o un bonito detalle, quizá, diciendo un poco más sobre el turista, que sobre la cultura del lugar en el que se hizo turismo. Pero, sin duda, aún parte de una tradición milenaria que complementa de alguna manera la carga emocional de nuestras aventuras por el mundo.